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Salvar al lobo y, también, salvar al pastor

viernes, 21 de febrero de 2014

El abandono de la ganadería extensiva provoca una alteración profunda del equilibrio ecológico en los ecosistemas en el medio rural. Un equilibrio en el que la figura del pastor resulta de especial relevancia ya que, entre otras cosas, si los rebaños abandonan los pastos llega el bosque, y eso no siempre es una buena noticia.
Por Jose Luis Gallego 
 
 
Hace tiempo que las tesis conservacionistas integraron las actividades agrarias, ganaderas e incluso cinegéticas en un nuevo paradigma de equilibrio entre naturaleza y medio rural. Porque está demostrado que los usos del territorio, cuando son sostenibles y respetuosos con el entorno, permiten el desarrollo armónico de la economía local y el mantenimiento del patrimonio natural.

No olvidemos al ganadero

Por eso, al exigir que se habiliten medidas para proteger la naturaleza no debemos olvidar la figura del ganadero. Hay que proteger al pastor como protegemos al quebrantahuesos, al oso pardo o la flor de nieve. Se trata de conservar las especies y sus hábitats, pero también las actividades ancestrales, los oficios que ejercen de custodios de aquello que queremos preservar.

En el caso de la ganadería extensiva se trata de compensar a los pastores por su contribución al mantenimiento del patrimonio natural y la biodiversidad con el desarrollo de su actividad. Algo que, en las comarcas loberas, incluye el pago de daños al ganado causados por el lobo. Unas indemnizaciones que, para que sean efectivas, deben producirse en el menor tiempo posible ya que de lo contrario estamos pidiendo al pastor que financie los costes de la conservación del carnívoro, y eso no es justo. 
 
Solucionar rápidamente los conflictos

Para evitar esa situación las administraciones deben habilitar un presupuesto activo a largo plazo, una especie de “fondo de garantías de la biodiversidad” que prevea este tipo de situaciones y permita una respuesta inmediata, de lo contrario el conflicto de intereses puede dar lugar (como está dando en algunas comarcas) a escenarios de enfrentamiento, un enfrentamiento en el que quien tiene todas las de perder es el lobo.

Pero si no podemos pedir a los pastores que asuman los ataques del lobo con naturalidad, la solución tampoco es eliminar a la especie. Es injusto culpar al lobo de su condición de carnívoro salvaje y montar batidas ilegales o presionar a las administraciones locales para pedir su erradicación. Entre otras cosas porque, más allá de que se estén produciendo concentraciones puntuales en algunas comarcas loberas de Galicia, Asturias o Castilla y León, lo cierto es que el lobo ibérico sigue muy lejos de su total recuperación, siendo una especie vulnerable, amenazada de extinción y por ello protegida al sur del Duero. 
 
 

Programa de conservación

Lo que precisa el lobo no es un plan de gestión sino un programa de conservación en el que prime el objetivo de proteger a la especie, para lo que se hace urgente un censo nacional, riguroso y coordinado por expertos (el último y único se realizó hace 25 años) que nos permita conocer realmente el estado de su población en España.

Más allá de los grupos de trabajo locales y los planes de gestión que se están llevando a cabo en algunas comunidades, es necesario convocar una gran mesa estatal del lobo a la que se sienten los diferentes agentes implicados, convocados por las diferentes administraciones y con el Ministerio de Agricultura al frente, y de la que surjan acuerdos vinculantes dirigidos en primer caso a su protección, y que por supuesto garanticen el legítimo derecho de los pastores al desarrollo de la ganadería extensiva en las comarcas loberas. De ese gran acuerdo depende el futuro de ambos: el de la especie y el de la actividad ganadera que hace posible el mantenimiento de su hábitat. 
 
 
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